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jueves, 11 de diciembre de 2008

Mensaje Navideño


La celebración de la fecha del nacimiento de Jesús, es la fecha más ecuménica y espiritual del globo terrestre. Y en el eje central de esta conmemoración se focaliza su objeto esencial de fe, que es impenetrable a la razón humana, y que constituye la Encarnación.
En el Evangelio según San Juan consta: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (1, 14).
Definitivamente, lo que conmemoramos no es tan solo el nacimiento de Jesús, sino, antes de todo, durante el Adviento, el misterio en que Dios se hizo hombre.
Es una época de alegría interior pues la misma llama del Amor que ilumina el Universo ilumina todas las almas y conforta todos los corazones indistintamente.
Consta en la Biblia, que Jesús, hijo de José y María, anunciado por los profetas, nació en Belén. Él vino como hombre, se hizo hombre, niño. ¿Qué podría ser más indefenso, dentro de la naturaleza humana, que un recién nacido completamente dependiente de su madre? Es esta característica de ternura de la Navidad que atrae el verdadero sentimiento religioso de las personas –sentimiento que tiene por finalidad religar, esto es volver a ligar la relación de filiación con el Padre.- La fragilidad del niño y la actitud maternal de María atraen nuestra compasión, pero no dejamos de pensar en que aquel niño que nunca deja de ser el Hijo de Dios, al hacerse hombre tiene la misión de redimir a la Humanidad que se había desviado del camino recto.
La Navidad se nos presenta como la más bella de las lecciones de vida. El niño Jesús que no nació en la opulencia porque nos vino a mostrar que el valor de la existencia humana es su esencia y no lo material. La ley que propuso a los hombres fue la del amor. Primero a Dios, después al prójimo, sin distinciones o condiciones, cualquiera que fuera.
El mensaje de Navidad es un mensaje mudo. Porque los acontecimientos hablan por sí solos, no necesitan comentarios. Y de ellos, desprendemos el Amor de Dios para con nosotros. Entonces, considerando lo expuesto, la Navidad debe ser un tiempo de escucha consagrada de ese “Verbo que habita entre nosotros”. Dios nos habla en todos los momentos, pero en este período, singularmente habla con fuerza especial. Habla con nosotros y debemos oír con atención redoblada. Se dirige a nosotros por intermedio de Su Hijo amado de quien mucho se complace. Recibir esta palabra, estar abierto y sensible a ella, exige dedicación de nuestra parte, pues son necesarios atención y “silencio”, no silencio exterior, y sí el silencio más importante, el de los pensamientos y preocupaciones de nuestra propia mente. Necesitamos crear dentro de nosotros una zona de silencio donde la voz de Dios, calma y baja, pueda ser oída. Y esto, lo conseguimos hacer con la práctica serena, seria y firme de la Meditación Shinsokán, tan bien explicada por el Maestro Masaharu Taniguchi.
El nacimiento de Cristo, es el renacimiento de los hombres, por la certeza de la salvación, por la nueva esperanza traída por el Hijo de Dios. El Viejo Testamento pasó a ser apenas la fuente profética que anunció la Navidad, y el Nuevo Testamento se presenta como el camino de la Alianza entre Dios y los hombres, con su nuevo mensaje de Amor y perdón.
El nacimiento de Jesús fue el acontecimiento más importante entre todos los que son registrados en la historia de los pueblos. Todo lo que era una promesa se tornó realidad. La humanidad dejó el tiempo de las dudas y promesas y entró en la era de las certezas. Certeza de Dios, certeza de salvación. Tal relevancia hizo que, de cierto modo, se pagasen, alo largo de la historia del hombre sobre la tierra, los siglos de expectativa, de perdición. Nacería el redentor. Y su nacimiento marca el comienzo de una nueva era –la era cristiana- cuyo primer siglo se inicia el año en que el Hijo de Dios, como hombre, inicia su prodigiosa vida, corta en cuanto a tiempo cronológico, pero infinita, eterna, por las consecuencias espirituales lanzadas sobre la humanidad.
He aquí que la humanidad toda, con la Navidad, inicia nueva vida, bajo el signo de la estrella de Belén… Aquello que denominamos “espíritu de Navidad”, la actitud de generosa y buena disposición que toma cuenta de las personas en esta época, es en realidad, reflejo del Amor de Dios por la humanidad manifestado en nosotros, resplandecientes hijos unigénitos del Padre. No nos sintamos satisfechos, pues, con nada menos que el verdadero espíritu cristiano. El mero sentimiento, no basta. En las personas que encontramos especialmente las menos afortunadas, debemos reconocer el objeto de Amor de Dios, y servir a Cristo manifestado en ellas. ¡Yo y los otros somos uno!

De la Revista “Paloma Blanca” Nº 138.

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